martes, 8 de agosto de 2006

El mejor Arquitecto

He leido este texto en el foro de una pagina web, en la cual no esperaba encontrarme algo así, normalmente me encuentro tonterías y piques absurdos, pero el texto me ha encantado, os lo recomiendo.

El mejor arquitecto del mundo...

Hace unos días estuve construyendo castillos de arena.

Mis manos se emplearon en una actividad que yacía adormecida en algún lugar de mi mente.

Hacía mucho tiempo que no sentía el placer de excavar hasta cierta profundidad en la orilla, sentir como mis manos alcanzaban ese nivel donde el agua permanece filtrada en la arena, y que al sacar el brazo se produce un sonido sordo y áspero, como algo envasado al vacío que abres despacio.

Quien sabe, quizás hace años que deje olvidados en la orilla mis sueños y mi inocencia y lo que estaba haciendo al cavar era desenterrar mi infancia.

No me llevó a hacerlo ningún empeño personal, ni ninguna necesidad de rememorar viejas sensaciones, ni ninguna búsqueda espiritual para reencontrarme conmigo mismo.

Lo hice porque mi hijo me lo pidió.

Mi hijo, con sus recién estrenados 20 meses, se dedico a pedirme con su manita insistentemente que llenase su cubito de playa. Y no voy a engañaros, no pude negarme. Tenía una mirada tan limpia, tan pura y a la vez su insistencia era tan firme, tan recia, que tal combinación de contrastes en la personita que es no pudo más que llevarme a cumplir lo que me pedía.

Al principio me dedique a arrojar tímidamente puñados de arena dentro de su cubito, no paraba de pensar en que diría la gente viendo a un tipo como yo, que podría describírseme con cualquier adjetivo excepto tierno, llenando cubitos de playa con arena, como si fuera un retrasado.

Me veía ridículo, tenso, torpe, lento, forzado… Me veía de mil formas excepto como tenia que verme. Como un padre que juega y se divierte con su hijo.
Estaba en ese pensamiento hasta que volvi a ver a mi hijo mirandome de nuevo y pidiendome aun mas insistentemente que llenase el cubo.

Así que decidí que no merecía la pena echarle cuenta a todo lo ajeno que me rodeaba, al fin y al cabo ese día mi mundo empezaba en mí y acababa en mi hijo. No tenia porque hacer caso de más nada ni más nadie.

Decidí emplearme a fondo en hacer los mejores castillos de arena de toda la playa.

Me tumbé bocabajo y comencé a sacar arena para llenar el cubo, grandes puñados, a mano llena. Cuando el cubo estaba lleno golpee fuertemente la arena que sobresalía del borde para compactarla bien y que no quedasen grietas. Alise todo lo sobrante y agarre el cubo con ambas manos para girarlo. Pero entonces mi hijo puso su manita sobre la arena del cubo y me imito golpeando brevemente la superficie. Se reía. Disfrutaba. Y a la vez me hacia disfrutar a mi solo con verle.

Entonces señalo con su mano un lugar cercano al agujero que yo había hecho en la arena y me dijo un clarísimo “Atí” mientras me miraba. Indicando que era justo ahí donde quería el castillo.
Volqué el cubo exactamente donde me dijo, le di algunos golpes al fondo y lo levante. Había quedado un castillo perfecto, sin grietas, igual por todos los lados, firme.

Y a mi hijo lo único que se le ocurrió hacer con el fue derribar la mitad superior de un manotazo y echarse a reír…

“Será mamón” –pensé tras ver lo que hizo-

Y entonces mi hijo sin dedicarle una segunda mirada a lo que quedaba de castillo se dedico a arrojar otro puñado de arena en el cubo, dándome a entender que debía volver a llenarlo.
Y justo en ese momento aprendí a pensar algo mejor tal y como el pensaba, lo ví todo con una claridad absoluta. Yo no podía comportarme como un padre. Era absurdo seguir intentando jugar con el pensando como un adulto. Debía comportarme como otro bebé. Dejar de pensar según lo que he aprendido con los años. No debía tener miedo a romper algo, a hacer cosas sin sentido, a no cuestionar mis acciones, podía revolcarme por la arena si así lo deseaba, podía ponerme a gatear, a saltar, a dejar ver como la arena mojada caía desde mi mano hasta el suelo haciendo curiosas y hermosas formas.

Un bebé no hace castillos para admirarlos, quiere jugar con ellos.

Un bebe no cree en la estabilidad, no conoce lo establecido. Solo sabe divertirse.

Desde entonces únicamente me dedique a jugar con mis 5 sentidos a lo que el me ofrecía, ya no me preocupaba hacer el mejor castillo, ahora deseaba hacer rápido el siguiente para ponerlo en pie y derribarlo a manotazos con el.
Me había convertido en un simple albañil y mi hijo era el ingeniero del proyecto. El me decía donde levantar castillos y yo los levantaba, para luego derribarlos al completo.

Lo curioso es que no solo me estaba haciendo crear castillos, me estaba haciendo apreciar de una forma totalmente distinta mi visión de padre. Estaba descubriéndome viejas facetas de mi mismo que no es que no las conociera, sino lo que es peor, las había conocido y aun siendo hermosas las había sepultado con mi madurez.

Mi hijo no solo estaba construyendo castillos, me estaba construyendo a mi mismo desde el interior mas profundo. Estaba a la vez levantando castillos, levantando mi alma y levantando mi mirada para hacerme apreciar cuan hermosa es la vida cuando la disfrutas sin temor a lo que los demás pensarán de ti.

Lo mas curioso es que el no sabia que estaba haciendo nada de eso, el únicamente jugaba.

Sin duda nadie ha conseguido hacer tanto con tan poco, sin duda no ha existido jamás mejor arquitecto que él.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

mu weno :) pero sigues siendo un viejo de 25 años ^^

Anónimo dijo...

Este texto me ha hecho pensar en muchas cosas, cosas que últimamente pasan por mi cabeza y que no son nada fáciles de contar ni tal vez de comprender por uno mismo.

Desde hace un tiempo mi vida se ha cuadriculado, las horas encajan en el día (incluso en la noche) para poder llevar adelante todo lo que se supone que debo hacer. Me he convertido en una máquina de trabajar, pero nada más; una máquina que no deja tiempo para aquello que no sea imprescindible y que convierte cada día en una rutina en la que lo único que esperas es que pase el día para que pueda pasar el siguiente.

Mientras leía las sensaciones que el excavar en la arena le producían venía a mi memoria el recuerdo de cuando de pequeño pasaba horas en la playa haciendo castillos de arena (recuerdo especialmente ese sonido de vacío al sacar la arena del fondo). En aquellos momentos sólo existía la arena y la idea que tenías en la cabeza de lo que querías que llegara a ser el castillo, sin más preocupaciones que evitar que la marea lo desmontara todo, al menos hasta su debido momento.

No soy capaz de recordar en que momento consiguió la rutina acabar con las ilusiones. Supongo que es algo que va pasando poco a poco, sutilmente y sin que te des cuenta.

Creo que todos necesitamos que en algún momento se nos acerque alguien y rompa nuestros castillos para hacernos ver que todavía quedan sueños en la orilla por descubrir y que aun seguimos necesitando hacer cosas sin tener que cuestionarnos lo que los demás puedan pensar. En definitiva, seguimos necesitando que nos recuerden que la vida está para vivirla.

erito dijo...

No se puede decir mejor en menos palabras wanillo, la rutina y el deber de hacer algo q te has propuesto es la q no nos deja hacer castillos de arena en la playa, de vez en cuando tenemos q vivir y ser capcaes de volver a hacer castillos de arena.